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El barrio de los muertos, deprimido por la pandemia en Ecuador

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Pascuales / AFP La pandemia llenó el gran cementerio ecuatoriano de Pascuales y el barrio vecino de esta necrópolis de la periferia de Guayaquil, que vivía del paso de los ahora prohibidos cortejos fúnebres, cayó en la depresión. Publicidad Hasta hacía unos meses las marchas fúnebres -hoy proscritas al igual que los velorios- marcaban el […]

Una de las entradas del cementerio ubicado en Pascuales. Foto: José Beltrán
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Pascuales / AFP

La pandemia llenó el gran cementerio ecuatoriano de Pascuales y el barrio vecino de esta necrópolis de la periferia de Guayaquil, que vivía del paso de los ahora prohibidos cortejos fúnebres, cayó en la depresión.

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Hasta hacía unos meses las marchas fúnebres -hoy proscritas al igual que los velorios- marcaban el día a día en la barriada Carlos Guevara Moreno de Guayaquil, una de las ciudades más castigadas en Latinoamérica por la nueva enfermedad.

Con la tarde, recuerda Cristina Paredes, llegaban los cortejos camino al cementerio que, por cuenta del nuevo coronavirus, pasaron a ser solo un triste recuerdo de la peor crisis sanitaria en décadas.

Antes de la tragedia, a esta ama de casa de 50 años le gustaba salir al portal de su vivienda a ver pasar a los deudos y guitarristas que componían las caravanas. "Si había mucha gente, sabíamos que el muerto era querido", evoca.

Como en otras partes de América Latina, el continente con más católicos en el mundo, aquí la muerte es un rito social que empieza en las viviendas con la velación y termina en un cortejo bullicioso en el cementerio. Pero el coronavirus terminó con el comercio de flores y comida en este barrio de unas 35 casas y 200 habitantes que colinda con la necrópolis.

De 54 años, Pedro Ortega, que maneja una vehículo de tres ruedas conocido como tricimoto, muy popular en esta zona donde todavía se ven casas de madera, recuerda otro Pascuales, la localidad a la que pertenece el barrio.

"Los fines de semana, la calle se llenaba de piscinas inflables para mitigar el calor" en medio de las caravanas mortuorias, evoca. Pero el 9 de abril, casi un mes después de que se declarara la emergencia por la COVID-19, el paisaje cambió drásticamente.

Un hedor que espanta

Esa noche ingresó en el vecindario el primer contenedor con víctimas del virus.

Llegaron en ataúdes de cartón, que reemplazaron a los de madera ante la inabarcable demanda. El camión dejó una estela de agua y sangre. El hedor a muerte, que aún perdura en las noches cuando el viento sopla más fuerte, espantó a los pobladores.

"Somos nosotros los que estamos aquí día y noche. Uno no puede ni salir a coger aire porque el olor lo mete a uno", señala Paredes. Los militares terminaron rodeando con vallas metálicas el camposanto.

Con 2,7 millones de habitantes, Guayaquil padeció el descontrol inicial de la pandemia, con el colapso de los hospitales, las funerarias que no daban abasto y las familias que debieron esperar días con sus muertos en las viviendas.

Guayas, la provincia de la que forma parte esta ciudad portuaria, tocó fondo el 4 de abril con 742 óbitos en un día. Durante todo el mes hubo
10 945 muertos frente a los 1 863 del mismo periodo de 2019, según el registro oficial.

En medio del caos sanitario se identificaron 1 400 víctimas de la enfermedad desde que estalló la crisis en Guayas. Ante la avalancha de fallecidos, el gobierno debió abrir nuevos nichos en el cementerio de Pascuales, de unas 12 hectáreas, que ya albergan a un millar de cuerpos.

En la parte que administra el municipio de Guayaquil hay 586 cadáveres que fueron depositados en bóvedas compradas con antelación. Nunca antes habían pasado tantos muertos por Pascuales sin deudos ni algarabía. (I)

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