La noche en la que el Obelisco de Buenos Aires se transformó en una extensión del Maracaná
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La noche en la que el Obelisco de Buenos Aires se transformó en una extensión del Maracaná

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Prisilla Jácome Especial para Diario Qué! Buenos Aires, Argentina   Argentina había amanecido ansiosa. En el ambiente se respiraba la misma sensación que recorre en cada rincón de una sala de espera. Expectativa, nervios, inquietud. Incluso los primeros rayos del sol habían retrasado su salida; el invierno era el motivo lógico, una final copera pendiente, […]

Así celebraron los hinchas argentinos el triunfo de su selección en la Copa América. Foto: Cortesía de Prisilla Jácome.
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Prisilla Jácome
Especial para Diario Qué!
Buenos Aires, Argentina

 

Argentina había amanecido ansiosa. En el ambiente se respiraba la misma sensación que recorre en cada rincón de una sala de espera. Expectativa, nervios, inquietud. Incluso los primeros rayos del sol habían retrasado su salida; el invierno era el motivo lógico, una final copera pendiente, la respuesta sensata.

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No era cualquier sábado. Era el sábado de una semana que se había hecho eterna. De una semana que incluía una celebración histórica. Tan solo el día anterior el país conmemoraba 225 años de la renuncia al yugo español, de un sufrido pero exitoso proceso revolucionario y de la firma del Acta de Independencia en el Congreso de Tucumán, el 9 de julio de 1816. Un sábado antecedido por un viernes de asueto con aires de libertad, independencia y orgullo patrio.

Había fiesta histórica, pero había hambre de más. La necesidad de tener un motivo adicional para sentirse orgullo de ser argentino era notoria, pero, además, posible. Los once de la selección albiceleste habían logrado un papel significativo e impecable en las canchas de su nación vecina y habían podido darle el gusto a sus habitantes de llegar a la final y a los fanáticos del fútbol, la oportunidad de apreciar una vez más el que podría considerarse el clásico de la región. Nada estaba dicho, habían las mismas posibilidades de ganar o perder y ese era el combustible que traccionaba la ilusión.

La cita era a las 21:00 locales, pero los bares futboleros de la ciudad estaban preparados para la acción previa. Dorsia bar, en el barrio de Recoleta, al norte de Buenos Aires, era uno de los que había entrenado el gran día. Con alrededor de 20 mesas, más de 60 sillas, decenas de litros de birra en la barra y una logística de atención se sentía apto para enfrentar a su demanda que, para las 20:45, ya era del 80%. Un porcentaje que, de la ansiedad o del placer, estaba a punta de punta de cervezas, carnes y papas rústicas con cheddar. Todo era bienvenido para esperar el encuentro de la cancha.

Decenas de hinchas argentinos de reunieron para ver el histórico partido en el Dorsia bar, en el barrio de Recoleta, al norte de Buenos Aires. Foto: Cortesía Prisilla Jácome.

Diecisiete minutos más tarde, la electrónica y el DJ que hacían de teloneros en el sitio no fueron para más. La que se había convertido en una platea al aire libre estaba casi en su totalidad y con apetito de balón. Las voces y las conversaciones bulliciosas se aplacaron para dar pase a los comentaristas pasionales de TyC Sports que narraban segundo a segundo lo sucedido en la cancha con claros tintes nacionalistas. Eso era lo que más emocionaba, que el propio compatriota verbalizara de forma más profesional y emocional lo que cada uno ya sentía y pensaba.

Entre las pausas de los periodistas era posible escuchar los gritos de Lionel Scaloni, el DT de 43 años que anhelaba terminar con la sequía de títulos que arrastraba la Argentina hace 28 años. Pero no era el único que buscaba acabar con una sequía, en la cancha del bar había otra DT, una a cargo de un equipo femenino, compuesto por seis meseras. Una que al igual que Scaloni coordinaba para que sus jugadoras cubrieran todo el terreno, acudieran a donde se las necesitaba y anotaran las minutas que al final de la jornada rendirían cuentas del nivel de logro conseguido.

A diferencia de las meseras, la selección argentina pudo concretar su logro en un periodo mucho más corto. Al minuto 22 Ángel Di María regaló a su país la razones para dar el grito de gol que se venía repitiendo hace varios partidos, pero que en ese momento era crucial. Hubo choque de jarros, risas alegres y varios “Vamoooo Argentina” que eran correspondidos con “ehhhhhs” y aplausos alegres.

La anotación provocó una sensación de alivio generalizado. Habían conseguido la ventaja y la abrazaban como un presagio de victoria. Ahora bebían y comían con disfrute, sin apuro porque nada importaba. La gente estaba de tan buen humor que poco importó los problemas técnicos que presentó la proyección de la pantalla el segundo tiempo. Algunos simplemente se fueron del sitio con la certeza de que el resultado era tal, que no había poder humano -o brasileño- que pudiese cambiar el marcador conseguido.

Los últimos minutos del encuentro deportivo, aunque peleados, solo fueron una cuenta regresiva para confirmar el triunfo. “Aguante las emociones, Argentinaaaaa”, decía el locutor como siendo capaz de sentir la taquicardia emocional de los presentes. “Estamos a dos minutos de ser los Campeones de América”, gritaba otro comentarista al borde del colapso mientras los presentes alistaban sus celulares y abrían la aplicación de la cámara para grabar el clímax del encuentro y el anuncio del logro. El pitazo final llegó y con él un derrumbe de sentimientos. Gritos, abrazos, lágrimas. Todos eran los once de la cancha, todos eran la felicidad de Messi, todos eran la Argentina ganadora y había que celebrarlo.

Quienes estaban en el bar acabaron sus bebidas y comenzaron a dejar el lugar casi coordinadamente. Los que estaban en los restaurantes y bares cercanos hicieron lo mismo. La salida no respondía al cierre de los establecimientos por la hora, sino más bien a una movilización externa y desconocida, pero que no se cuestionaba. Comenzó una romería inconsciente que se dirigía a la avenida 9 de Julio, aún cuando nadie se había puesto de acuerdo.

Las bocinas comenzaron a escucharse con más frecuencia a medida que uno se acercaba a la arteria principal de Buenos Aires. Ya en ella, las bocinas eran visibles, así como la cara de más gente extasiada que batía banderas en el aire con orgullo justificado. Los vehículos circulaban con miras al Obelisco, pero eran desviados por decenas de policías de tránsito que dos cuadras antes de la meta anticiparon a los conductores que el lugar se había vuelto peatonal.

Foto: Cortesía de Prisilla Jácome.

No habían pasado más de 20 minutos desde la declaratoria de ser los Campeones de la Copa América 2021, pero centenares de personas habían logrado llegar al punto y a ellos se sumaban cada vez más argentinos extasiados. En poco tiempo los miles pasaron a millones y cada vez más era imposible sostener el distanciamiento necesario y respectivo, pero poco importaba. El país olvidó momentáneamente que en el mismo lugar, el día anterior se había reunido para reclamarle al gobierno de turno que se habían robado sus vacunas, que los políticos hacían lo que querían, que cada vez la inflación era peor. Las consignas habían desaparecido y la gente se había quintuplicado.

El sábado terminaba con celebración y se había transformado en un domingo de resurrección de orgullo nacionalista. Era imposible ocultar la sonrisa mientras se tomaban una birra “más fría que corazón de Macri” o de unirse a la voces de los que animaban desde las vallas que rodeaban al Obelisco. Una emoción tal que hasta un “pibe” se animó a pedirle matrimonio a su novia mientras estaban subidos en lo alto de un par de semáforos. Pasión y locura que desbordó en una noche esperada hace 28 años.

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