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Agricultores orgánicos de Galápagos cifran su desarrollo en la venta al mercado local: la quiteña Cecilia Guerrero es un ejemplo
La finca Darwin’s Ecogarden, situada en la parte alta de Santa Cruz, es una de las principales proveedoras de alimentos a galardonados hoteles como el Finch Bay.
JOSÉ TUMBACO / REDACCIÓN
A su espalda, sobre una de las paredes en el ingreso a la finca Darwin’s Ecogarden, en Puerto Ayora (Galápagos), la quiteña Cecilia Guerrero tiene aproximadamente 250 pequeños trozos de ramas de muyuyo formando un mosaico circular.
Toma asiento en un tronco de madera y con sus manos una sobre otra empieza un diálogo que la transporta doce años atrás cuando regresó al Archipiélago como turista, en el barco Lina A, de la operadora Metropolitan Touring.
Mucho antes, cuando tenía 18 años, había llegado a trabajar como maestra durante 45 años. En ese lapso conoció a su esposo Segundo Ballesteros (+), con quien tuvo tres hijos: Javier, Dennis y Andrés.
De Ballesteros, un experto agricultor galapagueño, aprendió todo lo que hoy pone en práctica en las tres hectáreas que conforman su finca, situada más precisamente, en el sector de Los Guayabillos, en la parroquia Bellavista, en la parte alta de la isla.
Ahí, entre centenares de plantas y cultivos, se teje su economía local con el apoyo de un par de colaboradores, pero también se dinamiza el comercio de la isla como parte de la cadena productiva que provee de alimentos orgánicos a hoteles, restaurantes y cruceros. Limón, cacao, aguacate, guabas, papayas, carambolas (grosellas chinas), cocos y una amplia gama de vegetales forman parte de los productos que Cecilia comercializa en la provincia y cuenta entre sus principales clientes al Finch Bay Galápagos Hotel.
Del huerto a la cocina
Su cosecha, acorde con la estación, complementa el amplio menú del hotel desde el desayuno hasta la cena. Pero eso no es todo, a Cecilia le brillan los ojos cuando habla de sus flores comestibles. Sí, aquellos delicados y coloridos pétalos que adornan deliciosos platillos y galardonados cocteles de autor, nacen en sus terrenos.
La caminata por sinuosos senderos llenos de vegetación nos conduce a ver -y probar- algunas de las flores desde la misma mata. Algunas son dulces, otras son picantes y otras con el tradicional sabor de la albahaca, el apio o el perejil.
“Empezamos cultivando legumbres, plátanos, naranjas y yuca, en un huerto pequeño, como para la familia y nos encantaba. Empezamos cuando nuestros hijos eran aún niños justo en estos terrenos”, recuerda Guerrero sobre los inicios de la finca. En el 2004, Ballesteros falleció por un cáncer y desde entonces el trabajo en la finca se convirtió en un propósito en su homenaje y en una oportunidad para mejorar los hábitos alimenticios de la familia.
Su evolución a una finca
El pequeño huerto pasó a convertirse en un gran invernadero hace 13 años aproximadamente, pero con una premisa de hacerlo lo más saludable posible. Lo ocurrido con el jefe del hogar sembró una semilla de mayor conciencia con los productos de la tierra y su consumo natural. “No hacemos nada con químicos, les tenemos terror. Empezamos con legumbres y luego fuimos creciendo con unos chanchitos a los que les dábamos de comer plátanos porque no pagaban bien por las racimas”, recuerda la capitalina, oriunda de La Alameda.
Relación única con plantas
Cecilia tiene un gran respeto por las plantas: les habla, les canta, les pide permiso y también perdón cuando necesita tomar algunos de sus frutos y arrancarlos de sus tallos.
Los cítricos encabezan la lista de productos que da la finca. Las naranjas y limones cargan muy bien, pero había que esperar hasta 8 años para cosechar. Entonces empezaron a trabajar con injertos, los que resultaron muy generosos porque en menos de tres años ya había producción. Las guabas crecen sin ningún tipo de supervisión.
Es más, podemos decir que son mucho mejores que las del continente. Precisamente durante el recorrido por la finca, Cecilia hizo gala de su astucia con la podadera (una vara metálica con una cuchilla en la punta) para cortar las guabas. “Prácticamente hemos cubierto la finca de flores comestibles. Cuando el clima no favorece a unas, pues crecen las otras”, dice Cecilia, quien precisa que de las 3 hectáreas de la finca, media está destinada para generar microorganismos para los abonos.
El tomate, pepino, zukini son los vegetales sobre los que hay que tener mayor cuidado. Andrés Orlando, chef ejecutivo del Finch Bay Galápagos Hotel, una de las organizaciones clientes de Cecilia, señala que prefiere este tipo de productos por su calidad y porque detrás también está el crecimiento económico de la isla. “Procuramos usar lo que más podamos los productos locales aprovechando la estacionalidad de estos como los tomates, pimientos, hierbas aromáticas, cilantro, perejil, apio”, detalla el experto, quien valora lo orgánico de los productos. Precisamente entre 40 y 50 % de estos frutos acaparan la cocina del ‘Finch’.
Iniciativa PODER respaldó a emprendedoras galapagueñas
La pandemia del Covid-19 significó para Cecilia un escenario resiliente, pues la venta de productos empezó a caer y decidió conformar junto a otras dos emprendedoras la Asociación Comunitaria de Alimentos (ACA). Lo hizo junto a una experta panadera y una cocinera amante de los ahumados.
Ellas ya tenían sus clientes, pero el mortal virus amenazó el sustento de sus hogares. Finalmente acordaron armar canastas de víveres y repartirlas en la isla. Para ello, la capacitación permanente que han tenido en el Archipiélago ha sido clave.
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La más reciente llegó de la mano de Metropolitan Touring en alianza con Impaqto. Se trata de una iniciativa liderada por USAID que busca empoderar a mujeres líderes de micro, pequeñas y medianas empresas (MiPYMEs) en las Islas Galápagos.
A través de esta colaboración, se impulsa la reactivación económica de estas emprendedoras, brindándoles herramientas para fortalecer sus negocios y contribuir al crecimiento sostenible de sus comunidades. Planificación financiera, mercadeo, liderazgo, tecnología fueron parte de los temas de aprendizaje.
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