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Víctimas de violación empiezan a hacer oír sus historias en Nigeria

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Port Harcourt / AFP Sarah cuenta el terror que pasó con su compañera de piso cuando dos hombres armados entraron en su casa y las violaron a plena luz del día en Port Harcourt, en el corazón de la zona petrolera del sur de Nigeria. "Entraron hacia las 2 de la tarde. Nos violaron. Y […]

A pesar de que las mujeres han comenzado a hablar de sus abusos, muchas lo hacen desde el anonimato. Foto: AFP
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Port Harcourt / AFP

Sarah cuenta el terror que pasó con su compañera de piso cuando dos hombres armados entraron en su casa y las violaron a plena luz del día en Port Harcourt, en el corazón de la zona petrolera del sur de Nigeria.
"Entraron hacia las 2 de la tarde. Nos violaron. Y cuando se fueron, nos robaron los teléfonos y el dinero". No pudieron verles las caras porque llevaban máscaras.

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La vergüenza y el temor al estigma apuntalaron el silencio de esta joven de 25 años que no dijo nada ni a la policía ni a su familia ni a sus amigos.
"Aquí no se habla de estas cosas", dice Sarah, que prefiere utilizar este nombre ficticio.

Esta enfermera empezó a preocuparse por su salud y se armó de valor para ir a una clínica especializada en violencia sexual que dirige la organización Médicos Sin Fronteras (MSF). Ahí recibió tratamiento. Finalmente, poco a poco fue encontrando la fuerza para contar su historia a una psicóloga.

Epidemia de violaciones

Los datos de admisiones en la pequeña clínica hablan ampliamente de la epidemia de violaciones que vive la ciudad. En lo que va de año, más de 1.200 mujeres han buscado ayuda en ella. Solo en octubre, hubo 148 nuevas pacientes.

Port Harcourt tiene muchos de los problemas de pobreza y desigualdad que son habituales en las grandes ciudades de Nigeria. También proliferan las bandas, llamadas "sectas", que surgieron en las universidades y acabaron convirtiéndose en grupos criminales que suelen hacer rituales de sangre y juramentos.

Llevan a cabo asaltos, secuestros para pedir rescates y otros delitos, en los que la víctima suele sufrir violencia sexual. "Cuando hay enfrentamientos de sectas en la comunidad, la gente se dispersa y los ladrones armados entran en las casas y violan a las jóvenes", dice Christine Harrison, coordinadora de MSF en el distrito de Diobu.

Esta madre de 42 años patrulla las calles polvorientas, informando del número de urgencias al que las víctimas pueden llamar, una labor que lleva haciendo dos años. "Mi trabajo consiste en informar a las mujeres que tienen que defender sus derechos", dice. "Antes la violación era algo normal".

La campaña de sensibilización sobre violaciones del MSF incluye mensajes en las radios locales y pegatinas que se entregan en los transportes en común. La situación, aunque sombría, está mejorando poco a poco, un cambio que empezó cuando nueve mujeres fueron drogadas y estranguladas en hoteles de Port Harcourt en una serie de macabros rituales homicidas.

"Nunca habíamos visto nada parecido. Toda la ciudad se levantó. Dijimos: basta", dice Ibim Semenitari, una conocida activista local que dirige las marchas de protesta a las que se han sumado centenares de feministas.

Un comisario de la policía en Port Harcourt instó inicialmente a las mujeres a que no salieran de noche y luego dijo que las víctimas eran prostitutas. Su destino podría haber sido evitado con "reeducación", sugirió.

Masculinidad tóxica

Gracias a la creciente presión de la calle, la policía detuvo al supuesto asesino, Gracious David-West, un miembro de una secta de 43 años. El juicio se inició el 9 de diciembre. "Su detención supuso un enorme empujón para nosotras", dice Doris Onyeneke, una activista y responsable de un centro de protección y formación de mujeres llamado Mater Dei.

"Las mujeres son vulnerables en Nigeria, e incluso más todavía en la región del delta del Níger", epicentro de la producción petrolera del país, dice.
Las bandas se basan en una retorcida noción de la masculinidad, dice. "Los miembros tienen que ser agresivos, fuertes, matar y ganar mucho dinero".
Su centro, donde la llaman "Lady Doris," recibe a muchas jóvenes, incluso niñas, que han sido violadas.

Una de ellas es Theresa, de 21 años, que ha aprendido a coser y ahora está acabando un magnífico vestido. Con una mirada segura y su espalda recta, describe el dolor de muchas mujeres en Nigeria.

"No tenemos los mismos derechos", dice. "Las mujeres son los barcos más débiles. Para ellos solo valemos para la cocina y la cama". "Pero si te empoderan, somos menos vulnerables. Solía ser muy tímida, pero ahora soy los suficientemente valiente para hablar en público", asegura. (I)

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