Ecuador
Cecilia Ansaldo, nuevo miembro de número de la Academia Ecuatoriana de la Lengua: “Amo la amplitud, el poderío del diccionario, la tradición de un Cervantes”
Guayaquil / Prisilla Jácome Docente, columnista de opinión y crítica literaria. A su lista de distinciones, que tienen como vértice coherente su amor por el español, Cecilia Ansaldo Briones sumó una nueva: miembro numerario en la Academia Ecuatoriana de la Lengua. En entrevista con Diario Qué!, antes de su ceremonia de designación, comparte un poco […]
Guayaquil / Prisilla Jácome
Docente, columnista de opinión y crítica literaria. A su lista de distinciones, que tienen como vértice coherente su amor por el español, Cecilia Ansaldo Briones sumó una nueva: miembro numerario en la Academia Ecuatoriana de la Lengua.
En entrevista con Diario Qué!, antes de su ceremonia de designación, comparte un poco de su inspiración literaria, de sus preocupaciones sobre el futuro del lenguaje y de sus emociones en torno a su más reciente logro.
– La Real Academia Española nos dice que un académico de número es escogido por su “excepcional cualificación en la materia”, ¿considera que ha llegado a un nivel de excelencia?
Nadie llega a un nivel de excelencia, de satisfacción propia. Eso sería una vanidad y una ceguera al crecimiento constante al que estamos llamados los seres humanos. Creo que mi carrera se ha desenvuelto felizmente sobre los dos pilares: el pilar de la lengua y el pilar de la literatura, que los he podido cultivar, estudiar y multiplicar a lo largo de toda mi vida. Simultáneamente ser una apasionada de la gramática y de enseñar los meandros (caminos sinuosos) de la lengua entre los jóvenes; también he rastreado los infinitos caminos de la literatura. La literatura ecuatoriana me es conocida, cercanísima y amada, al mismo tiempo que la literatura universal, de tal manera que no podría decir que prefiero uno u otro ámbito.
– De la planilla de numerarios de la Academia hay un porcentaje menor de mujeres, ¿cuál es su percepción de este panorama?
Creo que es un reflejo de lo que ha pasado siempre en el mundo. Las mujeres han tardado mucho tiempo en aparecer dentro de las instituciones, dentro de la vida pública. La historia está cargada de anécdotas de las mujeres a quienes les costó llegar o fueron marginadas intencionalmente por el poder masculino dominante. Yo creo que eso está totalmente flexibilizado en nuestro tiempo. Que numéricamente somos menos, pero que estamos llegando. En el caso de la Academia Ecuatoriana de la Lengua creo que se basa a partir de méritos de las personas y que tanto de Quito, Guayaquil y Cuenca hay nombres femeninos ya que estamos integrados.
– ¿A usted le costó llegar a esta plaza que hoy ostenta?
No. En este sentido no puedo dar un testimonio adverso o demasiado luchador porque yo hice una vida literaria al ritmo de los acontecimientos de los compromisos laborales, sea enseñando en secundaria, en dos universidades importantes de Guayaquil, como son la Universidad Católica, donde estudié y Universidad Casa Grande, que me acogió, y las cosas se fueron dando al ritmo del tiempo. No he tenido que hacer una lucha especial, aunque mis escritos sí han sido sensibles de la situación de las mujeres. Allá por la década de los 80 empezamos a hacer crítica literaria feminista, a reparar en que los grupos literarios no incluían mujeres, aunque había mujeres haciendo el mismo quehacer de los hombres, eso será un poco de la tónica de mi discurso.
– ¿Cree usted que cabe hablar de equidad de género en estos espacios?
No, creo que todavía no. Los índices están a la vista y si miramos un colectivo que dirige una institución, la minoría son mujeres. Si miramos el número de profesores, de empresarios, de cualquier integración colectiva, siempre la minoría son mujeres. Acabamos de ser testigos de un intercambio intenso de diálogo, por el entendimiento de autoridades y sectores en la lucha política en este momento y creo que en ese ámbito las mujeres fueron invisibles, totalmente invisibles. Esos sí son datos que hay que tomar en cuenta.
– ¿Siempre se imaginó ser parte de este grupo de académicos?
Eso es difícil de decir. Siempre tuve una pasión y una fidelidad de estudio por la lengua. Eso lo recuerdan mis 22 años de ser profesora en la Facultad de Jurisprudencia de la Católica, por ejemplo. Yo trabajé con los abogados que están hoy en acción profesional, enseñándoles lo que todos queremos hacer: hablar y escribir bien, así que eran compromisos laborales que fui sacando adelante con entereza, firmeza, pasión y si este es el resultado ha sido un resultado casi espontáneo, muy diáfano.
– En medio de una pandemia ¿cree que la realidad digital ha acentuado cambios en términos del lenguaje?
Naturalmente, hay un volcamiento a la comunicación digital. Las redes sociales acogen la voz de todas las personas, pero al mismo tiempo son la plataforma de una debilidad de uso lingüístico impresionante. Leemos textos incoherentes, faltas de ortografía gigantescas porque la gente ha sido sorprendida en una educación endeble y se han volcado a expresarse. Entonces hay que tomar muy en cuenta estos signos para redireccionar o fortalecer la educación en el idioma español.
– ¿Cuáles cree que serían los cambios que debería implementar el sistema educativo en este sentido?
Hay que trabajar con los profesores. Los profesores son las primeras antenas que perciben la debilidad y que multiplican la debilidad, porque yo creo que los profesores están un poco estancados en lo que tiene que ver con la renovación lingüística. La lengua es un organismo vivo, multifacético, en permanente cambio y el profesor está muy lento en percibir. Percibe más los cambios de la calle que no necesariamente son los que hay que enseñar y los jóvenes se adhieren a ello inmediatamente, pero los cambios más organizados, más sistemáticos, los que responden a una gran gramática, que tienen nuestro idioma, esos son los lentos. El profesor tiene que actualizarse, el periodista tiene que actualizarse, porque mire que estoy en redes sociales y me tomo el trabajo, por sentido colaborativo, de corregir públicamente determinadas debilidades.
– ¿Podría decir, con estas generaciones nuevas, que existe un deterioro de la lengua?
Creo que sí. La lengua siempre tendrá las dos caras. La cara de la calle, la cara de la vida que supera la lentitud de un proceso organizado e institucional. En la cara de la calle, que es la que acoge la literatura también, la lengua siempre está muy viva, en cambio, el rostro formal de la lengua, el rostro convencional de la lengua donde hay reglas, estructura, un mejor decir que el corriente, ese es el que necesita atención educativa y a ese me dirijo bajo el concepto de la responsabilidad comunicadora. El periodista, el maestro, el político, el comunicador de masas debe corresponder a este otro sector, al sector más formal del uso de la lengua.
– ¿Pueden convivir estas dos caras?
Sí y se dan en la figura de un escritor de olfato actualizado. El escritor de literatura es sensible a la lengua de la calle porque la recoge para sus personajes, la integra en sus ficciones, pero su uso formal tiene que ser organizado y respetuoso del idioma.
– ¿Puede usted identificar qué es lo que pueda dañar la lengua española?
Varios factores. El otro día intercambié mensajes con un escritor argentino que no conozco, simplemente a base de sus opiniones, y reconocí en él una verdadera rabia y disgusto con las academias de la lengua, precisamente. El escritor decía: “Viejos, dinosaurios, metidos en la institución monárquica al servicio de España. La lengua no necesita instituciones, la lengua está en la calle, está viva. Esa es la lengua que usamos los escritores”. Tiene razón y no tiene razón al mismo tiempo porque todos nos movemos en los dos ámbitos, entonces yo creo que la academia los tiene claros. Hace dos años Susana Cordero de Espinoza, directora Academia Ecuatoriana de la Lengua, publicó un Diccionario de Uso Ecuatoriano de la Lengua, y ella no se engaña, en ese diccionario está la terminología renovada y callejera y están los usos conducidos por la gramática y la convención. Entonces esa es la mira total, global que tiene un estudioso de lengua.
– Este escritor que describe a un miembro particular de la academia, ¿usted cree que calza en esa descripción?
Yo no uso mucho la lengua callejera, soy consciente de eso, estoy más apegada a la tradición lingüística por motivo de la riqueza. Amo la amplitud, el poderío del diccionario, la tradición de un Cervantes. Somos herederos de Cervantes. Permanentemente tomo palabras que vienen consagradas por la tradición porque me gusta, porque me sale espontáneo por mis lecturas, sin embargo, soy consciente de que para que Jorge Velasco Mackenzie haya creado la vigorosa narrativa de Guayaquil que creó. Necesitó toda esa terminología marginal, de sectores populares, de canciones, de pasillos que él incluye en su novela. Entonces, esa cara está ahí y enriquece nuestra literatura, marca el perfil del personaje guayaquileño, el perfil de las edades del hablante y tiene que recogerlo en sus textos.
– De aquí a un par de generaciones, ¿qué podemos esperar del español?
Indiscutiblemente más mistificación. Nuestra lengua está permanentemente bombardeada por el inglés, está nutrida por la tecnología, que es un acervo que nos está dando todo el tiempo palabras nuevas. Está un poco amenazada por la reducción de la lectura. Si no leemos clásicos se pierde camino, pero siempre tengo esperanza. En este momento estoy leyendo la novela 1822 del procurador del Estado, que es una novela que desarrolla las batallas de la Independencia de Guayaquil y de Pichincha, con un vocabulario tan rico, con una soltura narrativa que me consuela y digo, aquí hay un hombre de mediana edad, como es Iñigo Salvador, dominando la lengua española, la del pasado y la de presente. Basta tener una vocación literaria, talento literario para esperar los cambios y los ritmos equilibrados en el desarrollo de la lengua.
– Habla de la actualización necesaria para docentes y la necesidad de lecturas clásicas, pero también de jóvenes que leen poco y focalizado, con uso de una lengua con influencia del inglés, ¿cómo hacer un puente entre estos dos?
Hay que hacerlo. Yo he reconocido esto tanto en los alumnos durante los años en los que fui profesora, yo lo llamo la antena, la sensibilidad, la atención. El que lee dándose cuenta del continente del que vienen las ideas, que son las palabras, las estructuras; el que lee percibiendo eso ya es un futuro curioso y buen utilizador del idioma porque tiene la permeabilidad suficiente para moverse en múltiples mundos. Eso exige el idioma, esa agilidad, ese ojo abierto, ese oído atento a cómo habla la gente y darse cuenta de que nos movemos en dos registros: uno es el registro del habla oral y otro es el registro de la escritura y que de un paso a otro hay diferencias en el uso y en las posibilidades.
– ¿Podría decir quién sería el siguiente miembro numerario de Ecuador?
Dificilísima pregunta. Le lanzo un nombre, Óscar Vela. El escritor quiteño es correspondiente, tiene una actividad importantísima como columnista, como narrador; ya tiene varias novelas que han pegado mucho en el medio, él es un buen candidato. María Augusta Vintimilla, también de Cuenca, una intelectual de fuste, una catedrática y crítica literaria impresionante, también la veo en el mismo camino.
– En cuanto a esta designación, ¿cómo se siente?
Me siento llena de gratitud, emocionada. Mis amistades, mis discípulos, mis numerosos alumnos reaccionan con mucha generosidad conmigo. Yo creo que esa es una de mis grandes fortalezas en la vida, seguir teniendo gente que cree en mi palabra, en el testimonio diario de mi fidelidad a la lengua y la literatura. Ahí están, se expresan por sí mismos, están en las redes, me están impulsando todo el tiempo.
– Usted es una persona muy activa en Twitter, ¿cómo es Cecilia Ansaldo en redes sociales?
Cecilia Ansaldo es una mujer un poco seria en la vida, entonces tuitea de las preocupaciones que le van saliendo mientras lee, mientras va curioseando la misma red. Tiene esa deformación profesional de corregir, porque me hiere la mirada, el ojo el error demasiado grave y digo: ¿en qué momento los periodistas le quitaron el se al verbo inicia?. Entonces lo corrijo, así que esa es la Cecilia Ansaldo de Twitter. Me nutro mucho también de la información que trae, a veces me molesta un poco con la frivolidad, la banalidad. No creo que la gente tenga que mostrar lo que come, cómo duerme, el mejor pantalón de baño que se ha comprado, pero allá son las otras generaciones.
– Si encontramos este panorama, ¿por qué seguir ahí?
Sigo ahí porque tengo canales a los que soy fiel. Los medios, los escritores, las editoriales que me están mostrando el libro que publican. Mi actualidad depende de esa información porque además dirijo los contenidos de la feria y necesito saber cuáles son los valores literarios nuevos, cuáles son las nuevas palabras que comienzan a imponerse, las obras que circulan y eso me lo informa Twitter.
– Ahondemos en ese amor que tiene por las letras. ¿Hay algún momento de su vida en el que cree que pudo darse cuenta de que las letras eran lo suyo?
A los ocho años. Soy una lectora tempranísima que quiso aprender a leer porque su hermano mayor ya leía y encontró libros en su casa y se prendó de ellos, además de que tuve buenos profesores. Mis composiciones infantiles, ya mi profesora las hacía leer frente a mis compañeras; eso fue un estímulo maravilloso y a pesar de que mis padres cometieron el error de ponerme en secundaria en un colegio de Comercio, mis profesores percibieron mi vocación literaria y la fomentaron.
– ¿Cuál fue ese libro que la marcó a esa edad?
Cuentos. Pulgarcito, La bella durmiente y los conservo todavía. Fui una amante de los cómics, tengo mis colecciones guardadas. Tengo cómics de 60 años atrás, soy una gran coleccionista de papeles. Si mis alumnos supieran que tengo las listas con sus calificaciones guardadas les daría terror, así que vivo enterrada entre papeles con gusto y satisfacción y ahí está mi memoria viva.
– ¿Algún nombre favorito entre autores nacionales?
Mis exalumnas de toda el alma. Soy admiradora de la narrativa que ha hecho Mónica Ojeda, que ha hecho Solange Rodríguez, a quien he aupado y apoyado porque es una enorme escritora. Raúl Vallejo, exalumno mío también y compañero académico ahora, es uno de mis puntales de lectura y estudio. El firmamento está lleno de nombres.
– Y usted, ¿está trabajando en alguna producción actualmente?
Ese es el punto débil de mi vida. Me he regalado, me he entregado en clases, en artículos, en colaboraciones y nunca tuve la disciplina suficiente. Tengo cuatro antologías, un manual de redacción, pero mi pensamiento crítico está repartido en ensayos numerosísimos que todavía no se reúnen en un volumen. Tengo un colega quiteño que está empeñado en ese trabajo, él lo hace por su cuenta y yo no lo ayudo lo suficiente, a lo mejor tengo que hacer eso antes de morir. Es mi tarea pendiente.
– ¿Sabe cuál es la letra que se le ha asignado?
Mi letra es la letra H e ingreso por el tránsito de miembro correspondiente a miembro de número y eso se hace por una vacante. Quiere decir que la letra quedó vacía para que pueda proponerse a otro miembro. Quien falleció el año pasado fue mi admiradísimo y querido amigo, el escritor cuencano Juan Valdano Morejón. Yo entro a ocupar el sillón H por su ausencia y mis primeras palabras en la ceremonia están dirigidas a él.
– Si tuviera que escoger una palabra con H, ¿cuál sería?
Humor. He educado mi sentido del humor porque he sido demasiado seria en mi vida, así que ahora estoy abierta y entregada a descubrir todas las facetas del humor. (I)
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