Comunidad
Tres generaciones de madres unidas por el amor
Aún no ve la luz pero sabe que afuera la esperan mimos, besos, miradas enamoradas y el calor de un hogar ansioso. La pequeña Allegra ahora escucha las voces de mamá, abuela y bisabuela, dentro de esa pancita que pronto estallará y que hará a estas madres revivir el cruce de miradas, el llanto, la […]
Aún no ve la luz pero sabe que afuera la esperan mimos, besos, miradas enamoradas y el calor de un hogar ansioso. La pequeña Allegra ahora escucha las voces de mamá, abuela y bisabuela, dentro de esa pancita que pronto estallará y que hará a estas madres revivir el cruce de miradas, el llanto, la creación de otro lazo infinito.
Este Día de la Madre será especial para la familia Pogo Romero porque una de las suyas está por convertirse en mamá de una niña por primera vez. En el vientre de Natalia, hija de Rosa Elena, Allegra se desespera por salir.
Junto al cariño también la aguardan un montón de historias sobre curiosos personajes y lejanos parajes; un recetario de coladas y hierbas medicinales que marcan el día con su aroma; unos pañales de tela recién cosidos y otras tradiciones que el amor de Rosa Romero, la “jefa de la tribu”, volvió maravillosas.
A sus 92 años, a doña Rosa le sobra experiencia. Ocho hijos crecieron a su alrededor y aún hoy es la primera consulta, médico de cabecera, chef en jefe, centro de la vida. Por su cabeza no pasa el descanso sino preocupación: ¿ya comiste?, ¿por qué demoraste?, ¿cómo te va?
Ser madre es tarea eterna y para quienes apenas se inician, este largo recorrido asusta. “Aún soy una mamá joven y me abruma pensar en la energía que mi abuela y mi mamá tenían a mi edad, su creatividad, son cosas que aprendo para evolucionar”, dice Natalia mientras toca su vientre.
En su cabeza ruedan capítulos de infancia y dejar un poquito de ese espíritu que recibió sería el mejor regalo para Joachím, su primer hijo, y ahora a Allegra.
Pero la vida le dio a Natalia ventaja. A su lado, las dos Rositas, mamá y abuela, crean con consejos una red de seguridad. Rosa Elena se confiesa insistente en su intención de motivar y mostrar a su hija que todo estará bien.
“A veces le cuesta hacer algo y ella me llama, se preocupa. Esas ganas de hacer bien las cosas demuestran que será una excelente mamá”, siente Rosa Elena.
Doña Rosita solo sonríe, con esa alegría que el tiempo no arruga. Ella comprende: todos aprenden a su ritmo y tiempo. Hoy las mira y conversa, da su clase maestra, contenta de tener a todos cerca, como un gran árbol con sus ramas. El futuro no es problema, sus hijas son madera fuerte que el viento no podrá tumbar. (I)
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