Comunidad
"Tengo Fe", campaña para reunir a pacientes abandonados con sus familias
DIARIO SÚPER / Carlos Guadalupe De los 253 usuarios que residen en el Instituto de Neurociencias, de la Junta de Beneficencia de Guayaquil, más de 200 están en calidad de abandono. Publicidad Frente a esta problemática la entidad presentó la campaña Tengo Fe, que está enfocada en sensibilizar, “primero a familiares que saben que tienen […]
DIARIO SÚPER / Carlos Guadalupe
De los 253 usuarios que residen en el Instituto de Neurociencias, de la Junta de Beneficencia de Guayaquil, más de 200 están en calidad de abandono.
Frente a esta problemática la entidad presentó la campaña Tengo Fe, que está enfocada en sensibilizar, “primero a familiares que saben que tienen a sus seres queridos aquí, que en algún momento fueron ingresados y que se olvidaron de ellos que las dejaron abandonadas. Y también a la sociedad porque tienen el estigma de que personas con trastorno mental no pueden estar afuera, reinsertarse a la sociedad”, sostuvo Susana Ordóñez, jefa del área de Residencias de la entidad.
La campaña se realiza junto a la productora audiovisual Opal, de quien nació la idea luego de observar y la realidad de los pacientes; y también con la agencia Pandora. Este trabajo cuenta con emotivos videos y piezas gráficas con testimonios reales de abandono.
“Queremos concientizar al familiar de que este ser humano ya está dado de alta hace muchos años, sin embargo sigue aquí justamente por la parte social, porque tienen rechazo. Ellos han intentado salir a buscar trabajo pero se sienten rechazados; hemos tratado nosotros, los hemos llevado a sitios para buscar trabajo… pero es muy difícil”, dijo Ordoñez.
Los usuarios cuentan con varias habilidades, pueden realizar tareas como mensajería, aseo de vajilla, lavado de vehículos, incluso hay quienes poseen conocimientos en computación.
Historias personales
- Aida Aguirre Gueerrero, de 62 años, ha intentado volver con su familia en Quito pero sufrió su rechazo. Foto: Álex Vanegas
- César Cedeño Queirolo, de 69 años, suele visitar a su familia con permiso del Instituto de Neurociencias. Foto: Álex Vanegas
Aida Aguirre Gueerrero fue ingresada en el Instituto de Neurociencias cuando tenía 20 años, por cuadros de epilepsia; hoy tiene 62 y su familia se ‘olvidó’ de ella.
“Soy de Quito, allá está mi familia, pero mi papá es mayorcito, es sordito, no reconoce a nadie; tengo madrastra, pero es como no tener a nadie, y mis hermanos son peor”, recuerda.
La misma tristeza que la embarga le dio valor para viajar a Quito por su cuenta y ver a sus seres queridos, pero no fue lo que esperaba.
“He ido a visitarles como tres veces, pero mis familiares no me han querido recibir, me rechazan y yo ya no quiero regresar, mejor me siento aquí, en el hospital (Instituto de Neurociencias) con mis compañeros”, contó apenada.
Ella junto a otro grupo de usuarios del Instituto forman parte de la imagen principal de la campaña Tengo Fe.
César Cedeño Queirolo tiene 69 años, y recuerda muy bien qué fue lo que lo llevó al Instituto de Neurociencias, en 1972: un amor de juventud.
“Yo tenía una novia, pero tuve que irme al cuartel a hacer la conscripción y cuando regresé ella estaba cambiada, después de un tiempo se casó con otro, me puse mal”, mencionó aún con tristeza.
A pesar de que sus familiares no lo visitan en el Instituto, sí los ve regularmente, ya que es él quien va a la casa de ellos, bajo autorización del personal médico del lugar.
“En la casa me atienden bien me sacan a pasear al parque… me gusta distraerme, comprarme un helado”, sostiene.
Actividades que le gustaría repetir más a menudo, pues es notable el estado de mejoría que esto le proporciona.
César es oriundo de Manta, en Manabí, pero desde hace algún tiempo su familia, según contó, vive en Guayaquil.
Visítalos
Cualquier persona puede aportar con ellos, a través de donativos, como ropa o insumos para rehabilitación: pintura, juegos didácticos, legos, entre otros.
Sin embargo, el aporte más significativo es la compañía, sentirse queridos, y que alguien se preocupa por ellos.
“Por ejemplo un grupo de voluntarios vino un fin de semana a pasear y rezar con ellos y se sienten contentos porque ven a otras personas, eso los ayuda mucho”, explicó la funcionaria. (I)
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