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Fanáticos se reunieron en el Cementerio General de Guayaquil para realzar el natalicio del Ruiseñor de América
Arely no se levantó ayer motivada por el pregón octubrino. A diferencia de los jóvenes de su misma edad que se ausentaron este martes de su cotidianidad académica para, altivos y emperifollados, rendir tributo a la Perla del Pacífico. Su falta a clases se alejaba del civismo para concretarse en admiración por ese guayaquileño cuya […]
Arely no se levantó ayer motivada por el pregón octubrino. A diferencia de los jóvenes de su misma edad que se ausentaron este martes de su cotidianidad académica para, altivos y emperifollados, rendir tributo a la Perla del Pacífico. Su falta a clases se alejaba del civismo para concretarse en admiración por ese guayaquileño cuya voz recuerda escuchar desde la cuna y por quien ama cantar desde sus cinco años.
Los 16 a su haber no se acercan ni a la mitad de años de la partida de Julio Jaramillo, pero los relatos familiares constantes y su propia experiencia sonora le han bastado para reconocer la grandeza del personaje que se fue con tan solo 42. “Hoy se cumplirían 84 años de su nacimiento y justamente por eso también celebramos el Día del Pasillo (Ecuatoriano), (…) yo estoy aquí porque para mí él significa toda la música nacional, porque cantó con alma, corazón y vida”, dice convencida, sonriente.
Su emoción es chocante para el extranjero, para el que no conoce de la historia del Ruiseñor, pero no para los otros fanáticos de ‘Julito’; para ellos es normal el saludo feliz, la pregunta amena del estado de la familia, la cantada a todo pulmón de aquellos himnos que nombran la fatalidad, el llanto sobre la guitarra o, simplemente, los cinco ‘centavitos’ de felicidad.
Sí, ayer, en el Cementerio Patrimonial General de Guayaquil llegaban de a poco todos esos “seres extraños que se alegran con música triste” descritos por Humboldt.
A todos ellos se sumó también Manuel Franco, un venezolano fanático de JJ que, sacándole un aspecto positivo a su desplazamiento político, decidió poner un pare a su vida temporal en Portoviejo para llegar hasta la tumba de ‘este grande’. “No me creo que estoy aquí, había esperado mucho por esto”, asegura casi como en estado de shock, al tiempo que con su celular trata de retratarlo todo para enseñarle a su madre que ha llegado ahí, a ese punto al que ella también ha soñado tanto llegar. “Si no hubiese tenido que migrar hubiese sido difícil estar aquí. Al menos algo bueno ha hecho Maduro”, asevera entre risas.
En los pasillos que llevan al busto de Julio están regados también todos los de siempre, aquellos que rezan de memoria sus fechas infaltables: el 1 de octubre y el 9 de febrero, esa última fecha fatídica en la que se fue aquel al que hubiesen querido inmortal, eterno.
“Pedí permiso a mi jefe en mi trabajo para venir, le dije que me dé dos o tres horas y que no importaba descontarlas después, pero tenía que venir, estar aquí”, dice Luis Figueroa, este orgulloso guardia privado mientras acuna en sus brazos un cuadro personalizado con la foto de su ídolo desde los 20 años. “Cómo no iba a venir, sus canciones me acompañan en el trabajo, con Julio Jaramillo me entretengo en mis noches de guardia”, añade con risa.
Cada uno de los asistentes se guarda su mejor relato con ‘Julito’ pero todos se lo guardan momentáneamente. Ha llegado el momento de iniciar la romería, de realzar la memoria y el legado de ese ser musical al que se niegan a dejar ir, al que es eterno. (I)
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