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Para un enterrador de Sri Lanka, un espectáculo desgarrador

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COLOMBO/AFP Piyasri Gunasena raramente cava más de una tumba al día en el cementerio Madampitiya de Sri Lanka. El martes, dos días después de los atentados de Semana Santa, había cavado ya 10 a media tarde. Publicidad "Ha sido el periodo de más actividad, ni siquiera durante la guerra había tanto trabajo", explicó refiriéndose al […]

Foto: AFP
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COLOMBO/AFP

Piyasri Gunasena raramente cava más de una tumba al día en el cementerio Madampitiya de Sri Lanka. El martes, dos días después de los atentados de Semana Santa, había cavado ya 10 a media tarde.

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"Ha sido el periodo de más actividad, ni siquiera durante la guerra había tanto trabajo", explicó refiriéndose al sangriento conflicto de décadas contra los rebeldes tamiles.

En un día cualquiera en el cementerio de Colombo, Gunasena corta el pasto, examina las tumbas y, si es necesario, cava una.

Pero después de que los islamistas perpetraran una serie de atentados el domingo que dejaron más de 320 muertos, los ataudes no paran de llegar.

Para Gunasena está siendo desgarrador, pese a los años de experiencia.

Entre las víctimas cuya tumba cavó, estaba la de un bebé de 11 meses, y a duras penas podía mantener firmes las manos.

"Cada vez que cavo la tumba de un niño, pienso en mi nieta y me entran ganas de llorar", dijo este hombre de 48 años, con el sudor empapando su camiseta.

‘Llantos que persiguen’

Asistir a los funerales le rompe el corazón. "Cuando veo a gente llorar, me siento muy triste. El sonido de sus llantos me persigue, no me abandona".

Budista que frecuenta templos e iglesias, Gunasena explica que reza "para aclarar la mente".

"Los dos últimos días recé más de lo habitual, varias veces al día, rogando a Dios que no permita que vuelva a ocurrir algo así".

El tradicionalmente tranquilo cementerio ha visto riadas de gente en duelo enterrando a sus seres queridos desde que las bombas detonaron en hoteles e iglesias donde la minoría cristiana celebraba la Pascua.

El martes por la tarde, cientos de personas vinieron a dar el último adiós a la familia Gómez.

Toda la familia -el padre de 33 años Berlington Joseph Gomez, su mujer y sus tres niños pequeños, de 9, 6 y menos de un año de edad– murieron en el atentado contra la iglesia San Antonio de Colombo.

Mientras un grupo de sacerdotes dirigían el servicio de oración, los miembros de la familia lloraban y la multitud cantaba himnos cristianos, antes de bajar suavemente los ataúdes, incluido el pequeño que sostenía los restos del bebé Avon, en el suelo.

‘Todos estamos conectados’

El padre de Berlington Gómez luchó por contener las lágrimas mientras relataba los planes para el primer cumpleaños de su nieto Avon, el 5 de mayo. "Estábamos planeando bautizarlo ese día", dijo a la AFP.

Los sacerdotes rociaron los ataúdes con agua bendita y luego media docena de hombres, incluida Gunasena, trabajaron duramente bajo el sol ardiente para tapar las tumbas.

Una vez terminado su trabajo, observó desde un costado cuando el padre de Berlington Gómez y otros parientes depositaban flores en cada montículo, antes de que la multitud se uniera a ellos para encender incienso y velas.

Las velas nunca arden mucho tiempo, dijo Gunasena, porque la brisa de la tarde usualmente las apaga. Por eso, antes de salir del trabajo, va a cada tumba nueva y las enciende nuevamente.

"Es mi manera de respetar a los muertos, de cuidarlos, de apoyar a las familias", dijo.

"Todos estamos conectados. Todos somos humanos antes que cristianos, budistas o cualquier otra cosa". (I)

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