Comunidad
Mujer cumplió sus 100 años de vida en la capital
La sonrisa de la abuelita Anita se ilumina cada vez que uno de sus cinco hijos, 12 nietos, 16 bisnietos y hasta un alegre tataranieto, llegan a visitarla en el hogar para ancianos donde vive hace diez años, en el norte de Quito. No siempre reconoce a todos, pero conversa, celebra y hace chistes. El […]
La sonrisa de la abuelita Anita se ilumina cada vez que uno de sus cinco hijos, 12 nietos, 16 bisnietos y hasta un alegre tataranieto, llegan a visitarla en el hogar para ancianos donde vive hace diez años, en el norte de Quito. No siempre reconoce a todos, pero conversa, celebra y hace chistes.
El pasado domingo fue un día especial, pues Anita Clementina Jiménez Herrera celebró sus 100 años de vida, en compañía de sus familiares.
Nació el 26 de agosto de 1919 y tuvo una niñez dura en su natal Pujilí, lo que le da la pauta para ser una mujer guerrera y emprendedora. Junto a su marido Alfredo Jiménez, un hábil sastre, buscaron ganarle la batalla a una situación económica muy modesta luego de que se casaran en la capital.
Se aventuraban a ir hasta Guayaquil a vender mercadería que compraba en la calle Ipiales, para luego regresar con jeans americanos para venderlos en un pequeño almacén. Posteriormente, una papelería también fue el eje de los ingresos que le permitieron darles educación a sus hijos.
La mayor parte de su vida fue la compañera inseparable de su esposo. En una casa rentera de El Tejar, que lograron adquirir, vieron crecer a un hijo médico a otro poeta, a otros profesores y una farmacéutica. También fueron testigos de cómo iban creciendo las ramificaciones de su nutrida familia.

Los patios de la vivienda se llenaron de los juegos los nietos que entre fútbol, los colores, quemadas, San Benito, Los países, pasaban felices momentos. Nunca faltó un plato de comida, los panes y el cafecito de la tarde para quien llegara a visitarlos.
Hace siete años, ella acunó a su primer tataranieto. En su fiesta centenaria, sus hijos y nietos, muchos cultores de la música, le dedicaron los pasillos que más le gustaban: entre ellos Pesares y Lamparilla.
Durante su fiesta centenaria ha dicho reiteradamente, con un aire de orgullo: “nunca pensé llegar a los 100 años”. (I)
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