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Mejores Bachilleres: Mayless Rivas y Dylan Pesantes, graduados de la Zona 8, cuentan cómo alcanzaron la excelencia académica

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Guayaquil / Prisilla Jácome

Los asistentes que escuchaban atentos el impecable discurso bilingüe que Mayless Rivas daba en su ceremonia de graduación no podían ni remotamente imaginar que ese mismo niño, algunos años atrás, había ingresado con condición para estudiar el segundo año de básica en el Liceo Panamericano.

Que debía nivelarlo en el idioma norteamericano para que pudiera estar al nivel académico que exigía la institución, le habían dicho en esa época a Vicky Aguayo, madre de Mayless. Ella, que había llevado a esa escuela a su primogénito motivada por la lista de referencias que le dio una amiga de su padre, aceptó la cláusula que le pedía arreglar el 8 sobre 20 que había sacado su hijo en las pruebas de admisiones.

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Para poner manos a la obra en la tarea pendiente, a Mayless lo inscribieron en una institución especializada en inglés donde lo capacitaron a punta de cursos intensivos. Ahí recibió las clases y los conocimientos que le hacían falta para estar en el rango requerido. Una vez finalizado, todo se encauzó y fluyó. Discurrió tanto que el flujo se volvió corriente intensa con los años. Mayless se adueñó de los primeros puestos de lo que pudo y se destacó en todo aquello en lo que tenía oportunidad.

El resultado de su ‘tsunami’ fue un promedio general de 9,96 en los últimos tres años, un 10 cerrado en su participación estudiantil, otro 9,96 en su examen de grado y un 9.95 como nota final del promedio de su paso por la academia. Una calificación que no solo le hizo cosechar la distinción de mejor bachiller de la XLVII promoción del Liceo Panamericano, sino además acumular cuatro becas universitarias.

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Con una placa otorgada por la institución, se dejó por sentado que Rivas alcanzó el título de Mejor Bachiller de la última promoción de Liceo Panamericano. Foto: Cortesía

La lista de galardones podría resultar demasiado para muchos, pero no para Vicky. Para la madre de Mayless todo lo que consiguió su hijo es un reflejo de su esfuerzo, pero también de una tradición que se instauró en su casa desde su niñez. “La excelencia es un legado que viene de familia. Mi papá siempre nos inculcó que lo más importante realmente era estudiar, porque sin los estudios no se podía llegar algún día a ser alguien en la vida”, relata Aguayo, quien saca pecho mientras enumera una lista de logros académicos compartidos con su hermana. “Entonces ese es el ejemplo que llevas y que lo transmites a tus hijos”, añade.

Pero no siempre fueron éxitos. Mayless reconoce que hubo momentos en los que las cosas se volvieron difíciles y tuvo que adaptarse para seguir adelante. El paso al bachillerato y las clases virtuales a causa de la pandemia por COVID-19 fueron dos periodos que lo pusieron a prueba. Sin embargo, es consciente de que esos altibajos son parte de la vida y de lo que será además su paso por la universidad, institución que aún no escoge, pero que tiene claro que, en cualquiera que esta sea, él estudiará ingeniería en computación. Una ciencia en la que va adelantando conocimientos tomando cursos que lo llevan a ahondar cada vez más en los proyectos que tiene en mente.

Aunque gran parte de sus logros los ha conseguido de forma individual, Mayless cree que tuvo un buen soporte gracias al compañerismo que vivió en las aulas. “Sinceramente, lo mejor fueron mis compañeros, a quienes aprecio mucho porque he estado con ellos desde segundo de básica. Son casi como mis hermanos. Nunca hubo competencia, los que íbamos como mejores promedios nos ayudábamos lo mayor posible”, expresa añorante, mientras espera encontrarse con la misma calidad de personas en la nueva etapa que lo tiene ansioso.

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Un birrete copolino

Como Mayless, Dylan Pesantes, el mejor bachiller de este año en la Unidad Educativa Particular Politécnico (Copol), cree fervientemente que parte de sus logros se los adeuda a sus amigos de aulas, con quienes compartió desde el día en el que sus padres decidieron inscribirlo en el segundo de básica de la institución. “Yo considero que si estoy en esta posición del mejor alumno no es por cuenta propia, porque es el esfuerzo de muchos, de mis compañeros con quienes me senté a hacer juntos los deberes, con quienes conversamos y debatimos entonces al final”, señala.

Esa deuda pendiente se las quiso pagar desde un atril, en la ceremonia en la que lo nombraron como el mejor de su promoción. Ahí, en frente de sus amigos de gran parte de su vida, dio un discurso alternado en español y en inglés en el que en esencia les transmitía que él no era especial, ni el más brillante o mucho menos un genio, sino que cualquiera pudo haber estado subido esa tarima dando el discurso como el estudiante con mayor calificación. “Tal vez mi curiosidad por pequeñas cosas puntuales me hicieron llegar a esta posición, pero para mí, cualquiera podía haber estado en este lugar. Yo solo quiero que ellos confíen en sí mismos porque ellos pueden lograr todo lo que se propongan, porque ellos se lo merecen y porque son dignos de poder cumplir sus sueños”, dice convencido el joven de 17 años.

Dylan constantemente recalca esta naturaleza ordinaria porque siente que así fue su llegada a la cima. Afirma que tan solo hizo sus deberes con el interés que siempre le pone a las cosas y que un día, mientras estaba cursando el noveno curso, su tutor le dijo que había quedado en el primer puesto por notas en todo el primer quimestre. La noticia lo sorprendió, pero tras el asombro se comprometió a mantener ese logro casual que la vida le regaló. “Le puse más empeño a todas las materias y como soy curioso, siempre encontré algo que investigar por mi cuenta. En los últimos años me centré en mi carrera, en lo que quiero estudiar, así que me centré en la física, en las ciencias exactas”, expresa.

Durante la ceremonia, Pesantes recibió diplomas por parte de las autoridades por todos sus logros tanto académicos como deportivos en Copol. Foto: Cortesía

La curiosidad de Dylan, y los otros esfuerzos de los que quizás no es consciente, lo llevaron a graduarse como el mejor de su promoción XXIII con un promedio acumulado de 9.84, a recibir una distinción por obtener el Diploma de Bachillerato Internacional, obtener un reconocimiento por tener el mejor puntaje de dicho programa internacional, una distinción por lograr la máxima nota en su monografía del Bachillerato Internacional y muchos otros premios acumulados. Logros que alcanzó aun haciendo frente a la virtualidad impuesta por la pandemia y que le quitó lo que más valora de su paso por Copol: el tiempo de calidad en el aula. Todavía en este escenario destaca que la situación también le permitió replantear, adecuarse y seguir aprendiendo.

Por esa capacidad que tiene para superarse es que Michel Maroto, su mamá, dice que uno puede darse cuenta de las virtudes que tiene su hijo, aunque él no las reconozca. Dedicado, diligente, organizado, disciplinado. Ella se deshace en cualidades cuando le piden describir las razones por las que su segundo hijo ha conseguido cumplir todos los objetivos que se ha propuesto y los que está segura obtendrá cuando siga sus estudios fuera del país.

“Estoy orgullosa. Cada quien se va labrando su futuro y su fama y él lo está haciendo solo con sus propios méritos”, dice esta madre que no puede con tanta felicidad, así como las decenas de padres a quienes este año les ha tocado recibir la noticia de que trajeron al mundo a un hijo brillante, a un próximo profesional y, quizás, a un futuro orgullo para el país. (I)

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