Esteban Ruiz, un titiritero quiteño con alma de niño
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Entre hilos, color y juego: Esteban Ruiz es un quiteño apasionado por el arte que encontró en los títeres una forma de volver a ser niño

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Estudió teatro guiado por su intuición, pero no tardó mucho en darse cuenta de que lo que realmente le apasiona son los títeres.

Su empatía natural le permite conectarse con su público infantil. Foto: Cortesía.
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A los 53 años, Esteban Ruiz Tapia no ha dejado de jugar. Aunque su cuerpo ya no tenga la misma agilidad de aquel joven que ingresó en 1990 al grupo de teatro del Colegio Nacional Mejía, su alma sigue siendo la de un niño travieso, curioso, alegre y creativo. Y ese niño encontró en los títeres su mejor refugio.

“Yo soy fruto de un grupo de teatro de un colegio fiscal”, dice con orgullo Esteban, quien despertó su interés artístico en las aulas de ese tradicional colegio quiteño. Fue ahí donde se encendió la chispa, y luego, en la Escuela de Teatro de la Universidad Central, encontró el camino.

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Tras graduarse se dedicó a hacer teatro durante dos años. Aunque sabía la técnica y le puso empeño, lo sintió demasiado rígido para su gusto. “Muy serio, muy formal”, recuerda. Él buscaba otra cosa: juego, libertad, color. Ese algo más lo encontró en los títeres.

De curiosidad a vocación

Al inicio hacía las marionetas por necesidad económica y sin mayor conocimiento. “Eran horribles”, dice entre risas. Pero la magia del oficio comenzó a revelarse gracias a una compañera, Pilar Olmedo, quien le enseñó cómo elaborarlos correctamente y los secretos del buen titiritero. Y desde entonces no hubo vuelta atrás.

El quiteño trabajaba con algunos colegas armando obras de títeres, pero en 1998 decidió independizarse y fundó Títeres Zumbambico, nombre inspirado en el juego preferido de su infancia. La empresa fue su salto al vacío y al mismo tiempo su despegue, pues no ha dejado de crear.

No estudió una carrera formal de títeres. La única opción en ese momento estaba en Argentina, pero como tenía 27 años no pudo ser admitido. Sin embargo, eso no lo detuvo. Tomó varios talleres y cursos, la mayoría fuera del país. Tocó puertas en varios lugares, se ofrecía a barrer escenarios, limpiar comerinos, lo que fuera con tal de aprender, pero no tuvo éxito.
“Hoy muchas de esas personas a las que les escribí ya son mis amigos”, asegura.

Sus hijos “prestados”

Esteban no tiene hijos, pero sobrinos no le faltan. Y niños tampoco. “Me gustan los niños prestados”, dice entre risas. Tiene una conexión especial con ellos, porque, asegura, él es uno más. Esa empatía natural lo convierte en un artista cercano, entrañable, que sabe cómo captar la atención y la risa de su público infantil.

Su trabajo se enfoca en lo comunitario, especialmente en zonas rurales. No se limita a presentar obras: imparte talleres donde niños y jóvenes no solo aprenden a construir títeres, sino también a contar historias con ellos.

Les enseña dramaturgia, diseño, manipulación, animación y escenografía. Todo lo necesario para crear una obra de principio a fin.

El panadero y el diablo es su obra emblema. Con ella ha recorrido todo el Ecuador –incluidas las Galápagos– y gran parte de Sudamérica. Foto: Cortesía.

Aunque creció en la Sierra, Esteban dice sentirse más costeño que serrano. Ama el sol, la música, el movimiento. Y eso se ve en cada una de sus creaciones. “Lo andino casi no va conmigo”, admite. Sus obras estallan en color, energía y ritmo, como una fiesta que no termina. Cree firmemente que un verdadero titiritero debe presentarse con orgullo, con estética y profesionalismo.

Lo contratan instituciones públicas y privadas para que realice obras de distintas temáticas. En ese formato ha hecho al menos 30. Algunas de sus más reconocidas son Guasinton, un lagarto, adaptación del cuento de José de la Cuadra; Don Segundo, dirigida a jóvenes y adultos; El circo de los colores, Cantuña y sus diablitos, entre otras.

Su creación más ideológica es El abuelo Eloy y el tren de los sueños, que es un homenaje al líder liberal Eloy Alfaro. Foto: Cortesía.

Esteban no solo hace títeres. Vive para ellos. En cada taller, en cada función, en cada viaje, sigue buscando ese niño que descubrió hace más de dos décadas en un colegio fiscal. Y lo encuentra. Entre telas, esponjas, varillas y voces inventadas sigue construyendo un mundo donde todo es posible. (I)

Jennifer Guaman
Jennifer Guaman
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