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Luego de casi un mes, Diana Berrones encontró el cuerpo de su hermano, su cuñada y dos sobrinos en Alausí: Este es el relato de su incansable búsqueda

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ALAUSÍ / PRISILLA JÁCOME

Con ojos gastados de llorar ve cómo una excavadora trabaja en lo que antes fue el hogar de su hermano menor. Hay neblina, un kilométrico alud de barro y voluntarios dispersos a pie o sobre maquinaria pesada. Para Diana Berrones todo parece irreal. Aún le cuesta asimilar que la montaña que se apreciaba como fondo desde la casa de José se haya caído encima, sepultándolo a él, a su cuñada, a sus dos sobrinos y a casi 90 vecinos más, entre hallados y por hallar.

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Ella está ahí, como todos los días que ha podido estar desde el fatal 26 de marzo que marcó a Alausí, porque sus cuatro familiares están en ese segundo grupo, entre los que aún no han sido encontrados, a los que todavía no llegan con maquinaria y a los que los rescatistas aún no logran recuperar.

Para Diana es un mal sueño estar en la zona cero y lo hace todo por inercia. Sube la empinada masa de tierra que quedó en la superficie tras el deslizamiento mortal cargada de fundas negras en ambas manos que contienen el desayuno del día que su hermana ha hecho en una cocina comunitaria. Transita montículos terrosos, se hunde en ellos y sale de forma mecánica y necia hasta que consigue llegar hasta el último de los bomberos y voluntarios que trabajan sobre excavadoras y volquetas limpiando la zona.

Lo hace así, de forma religiosa, a primera hora de la mañana y en cada uno de los horarios en los que se tienen contemplados la alimentación de los trabajadores. “Si no les damos de comer, ¿quién les da de comer a ellos? Como dicen, manos que dan reciben. Ellos nos dan, nosotros les damos, ellos nos están ayudando, nosotros también les estamos ayudando. (…) Todo es para cocinarles a ellos, para que nos ayuden y no se nos vayan, para que tratemos de encontrarles. Todavía han de faltar unos 30, por ahí, de encontrarles todavía”, expresa sin quitar la vista de las máquinas que parecen juguetes a escala en el horizonte.

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Diana Berrones. Foto: Prisilla Jácome

Doloroso conteo

En realidad, la cifra exacta de desaparecidos es de 41, según el último balance de la Secretaría Nacional de Gestión de Riesgos. En dicho informe se da a conocer, además, que producto de lo sucedido ese trágico domingo del mes pasado hay 47 fallecidos encontrados, 581 afectados, 1.034 damnificados, 57 viviendas destruidas y otras 163 afectadas producto de la caída de la montaña que se encargó de desplomarse sobre más de 23,4 kilómetros de Alausí. En ese perímetro, el deslizamiento consiguió devorarse los barrios La Esperanza, Control Norte, Nuevo Alausí, Pircapamba y Búa, en el sector de Casual.

Sin embargo, estos y los demás datos técnicos que aparecen en los informes situacionales de la Dirección de Monitoreo de Eventos Adversos, y que se publican en la plataforma gubernamental, no son la fuente de los afectados.

Para ellos, como a Diana, las voces oficiales les han fallado, por eso únicamente les importa lo que palpan al borde de los socavones que van engullendo las grandes máquinas pesadas en busca de los suyos

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Viéndose con los zapatos enlodados y como guardia en esa atalaya de tierra, a la mujer de 40 años y madre de tres le parece mentira que de un día para otro haya tenido que dejarlo todo en Quito para enfrentarse a una desgracia así. Le resulta imposible digerir que minutos antes de que cayeran toneladas de tierra sobre la vivienda de su hermano, ella hubiese estado hablando con él, en una llamada que le hizo a las 20:35, sobre el mismo tema, sobre su temor de irse.

“Me dijo: ‘lo que pasa es que tengo que dejar mi casa’ y él se puso a llorar. Me dijo: ‘mi casita…’ Le dije: ‘ya no llores, mijo, son cosas materiales. Van y vienen. Está el bienestar de tu esposa, tus hijos’. Le dije: ‘sal, tú sabes que las cosas materiales a la larga o a la corta hasta mejores hay, pero la vida de ustedes no le vamos a recuperar, salgan’. Y me dijo: ‘sí, loquilla’”, recuerda.

Luego de que él y Fátima, su cuñada, le prometieran y confirmaran que esa noche se irían todos a casa de su suegra, continuaron conversando de los planes que harían para Semana Santa, de las rutas que tomarían y de las actividades que harían hasta que decidieron despedirse. “Me dijo: ‘loquilla, te quiero mucho, cuidaraste’. Y yo también le dije: ‘te quiero mucho, mindungui’”, rememora con ojos acuosos.

Diana asegura que habló con su hermano alrededor de 30 minutos y que poco después de haber cerrado la llamada, recibió otra de su papá, desesperado, indicando que su hermano no respondía sus insistentes timbrazos. Ella, con la certeza de alguien que sabe lo que dice, trató de calmar a su alterado progenitor. “Yo tranquila le dije: “pero papá, acabo de hablar con José’ y ahí me gritó, me dijo: ‘¡te estoy diciendo que no contesta!’ y le repetí y me dijo: ‘¡¿en qué idioma te hablo, que José no contesta?!’ y le grité también, le dije: ‘¡le estoy diciendo que yo acabo de hablar con él!’ y ahí me dijo: ‘Mija, se fue la montaña’. ‘¿Qué me está diciendo?’, le dije y me dijo: ‘sí, la montaña se fue abajo’”, relata.

Para Diana, lo que su papá decía no podía ser. Con la idea de que fuese un error, de que su hermano no hubiera sido afectado y de que la desgracia no los hubiera alcanzado decidió comunicarse con la suegra de su hermano, a donde él debía haber ido como se lo prometió. “Como él me dijo que se iba donde la suegra, la llamé. Le dije: ‘Señito, dígame que mi hermano está ahí’ y me dijo: ‘No, seño, su hermano no salió’. En ese rato cogí, salí así como estaba. Le dije a mi esposo déjame en el terminal, yo me voy y me dijo: ‘pero tranquilízate’. Le dije: ‘te vas conmigo o te quedas’ y me dijo: ‘no, yo no te puedo dejar sola’”, asevera aún desesperada.

Dejarlo todo por una búsqueda en Alausí

A las 23:00 de ese domingo, ambos emprendieron un atropellado viaje que no sabe cómo lograron. Las carreteras dañadas, los controles en las vías y la oscuridad de esa noche no fueron impedimento para que Diana llegase y pudiera ver con sus propios ojos lo que sucedía en Alausí.

Recuerda que en el proceso, cuando tuvo un poco más de claridad, se dio cuenta de que no llevaba consigo ropa, zapatos, ni los medicamentos que ella y su esposo debían tomar diariamente. “A mí no me importó nada, la cuestión era venirle a encontrar, por eso a veces sí me río y le digo: ‘¿si ves? por tu culpa dónde estoy y donde te encuentre… Vas a ver lo que te hago’. Y mi hermana me dice: ‘no le digas así’, pero le digo: ‘mira lo que me hace hacer, estoy enlodadita, no traje ropa…’”, expresa.

Pero ella no es la única que lo dejó todo por José, lo hizo también Marta, la hermana mayor de los tres. Apenas supo de lo sucedido tomó un vuelo de España a Ecuador para que, como Diana, poder personalmente velar por el hallazgo de quienes les falta.

“Mi hermana dejó su familia, su trabajo, su estudio, todo. Y me dijo no sé si al regresar tenga hijos o tenga marido o trabajo… Ella, al igual que yo, no le importó”, indica y añade: “Vino con boleto sin regreso. Dijo: ‘si no lo encuentro, no me voy’. Y yo igual”.

Han pasado semanas y aún mantienen la promesa. Pero Diana asegura que no es fácil estar esperanzados, pacientes y firmes, sobre todo cuando ella y los demás familiares de las víctimas han sido testigos de ofertas políticas hechas por  autoridades locales que constantemente resultan tardías o que simplemente no llegan.

Ella asegura que, principalmente, el ofrecimiento de maquinaria pesada que trabaje en la zona cero para apurar los trabajos de búsqueda es una de la que menos se cumple y la que más causa desesperación con el paso de los días. Por ello es que las familias afectadas, ante la indelicada desidia, ya han agredido a funcionarios en días pasados.

“La gente ya estaba cansada. Les ofrecieron maquinaria y ya mañana, que esperen, entonces la gente se cansó. Nosotros no somos burla, ni payasos de nadie. Pónganse en nuestros zapatos, somos personas que estamos buscando, ni a los animalitos se los deja”, dice indignada.

El primer evento de ataque registrado a una autoridad ocurrió el 4 de abril, nueve días después del mortífero alud. En el auditorio del GAD Municipal de Alausí, tras una reunión en la que se daba información sobre los trabajos realizados y por realizar en la zona afectada, familiares de las víctimas agredieron al alcalde, Rodrigo Rea, aduciendo falta de competencia, culpándolo de las vidas perdidas.

“Y (que) aguante, porque él supo. Le han dicho que comunique y él ¿por qué no comunicó? O sea a última hora, sabiendo que iba a pasar, mandó ayuda. Por qué no dijo: vean, les voy a ayudar, demos por acá o hagamos albergues, recién después los protocolos, ¿por qué no cuando estaban bien?, ahí era de ver los protocolos, ahorita qué protocolos quiere ver”, expresa  Diana indignada y llena de furia.

También critica que las acciones recién se tomen cuando hay pérdidas humanas. “Cuando ya están enterrados, cuando ya no hay nada que hacer (el alcalde) quiere ver seguridad, ¿qué seguridad?, ¿qué quiere cuidar? ¿la tierra? ¿por qué no cuidó las vidas cuando estaban? ¿por qué no le cuidó cuando podía?”, añade con ira.

El milagro más pedido

Diana, en medio de ese océano de tierra, lo único que espera es encontrar lo antes posible a su hermano. Pide con fervor católico a sus santos que le ayuden y guíen a los voluntarios a dar con José. Lo hace con fe envuelta de resignación. “Soy devota de la Virgen del Quinche y de la Virgen del Cisne. Les dije: si ya me quitó, devuélvanme. No estoy preparada. Él siempre me enseñó a ser fuerte, pero no me enseñó para este golpe”, afirma cabizbaja.

Días antes hallaron pertenencias del hermano de Diana entre los escombros.

Tras el bache emocional ella misma se llena de fuerzas y se anima a seguir, sabe que ella es su principal pilar en ese momento, y que si se derrumba, no podrá seguir con su lucha. “La única esperanza es encontrarle y que se acabe esta pesadilla, este mal sueño. (…) Lo vamos a encontrar, tengo que encontrarlos. Yo sé que es como buscar una aguja en un pajar, pero yo sé que con la señal que ya nos dió, a eso me aferro y no pierdo las esperanzas, la fe. Tengo que encontrarlos”, se convence.

La señal de la que habla Diana es que la que, asegura, su hermano le dio el pasado sábado 15 de abril, cuando se hallaron las bicicletas de sus sobrinos, las motos de carreras de José y la camioneta de la familia, en cuyo interior encontraron maletas llenas con sus ropas.

Tras el descubrimiento, los bomberos y maquinistas se ensañaron en esa área. Lo hicieron cuando el clima se los permitía hasta que la mañana del pasado martes 18 de abril de 2023 toparon una losa. Miembros del Cuerpo de Bomberos de Quito hicieron una intervención y con ayuda de Anubis, un can bomberil, determinaron que en la zona había indicios para el posible hallazgo de víctimas, y así fue.

El rastro del que dio cuenta el perro permitió que, dos horas más tarde, se diera con un cuerpo y parte de otro. Se trataba de José (38) y Guadalupe (7), los primeros en salir de la familia. Una hora después, Fátima (38), Derek (12) y el cachorro de la casa fueron extraídos. Diana y Marta cumplieron. Ahora solo se enfrentan a la difícil tarea de aprender a vivir sin ellos. (I)

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